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                                             SOLO AL CIELO…cuento.

 

 

 

 

 

 

Autor: Paulino Santander (Pocho Sanders) Argentina

 

 

 

Corría el año 1840, América del Sur, se encontraba en una búsqueda de Libertad y Civilización.

Después de una batalla, de entre tantas que ocurrían en esa época, se podía observar el campo donde ocurriera, cubierto por la pisoteada de la caballería, con infinidad de terrones
arrancados por los cascos; se semejaba a un campo arado a los saltos.
Caranchos y demás carroñas, rondaban para darse un banquete, cuerpos de hombres y caballos mutilados  podían verse por doquier, destruidos por los sables y la artillería,
cañones con sus ruedas rotas, parecían bailarines en total desarmonía.
El verdor del poco pasto que quedaba, se encontraba teñido por la sangre derramada, siendo  poco el alimento que ofrecía  a los caballos semi-ensillados, que solos, sin jinetes,
deambulaban por el lugar.

En un costado aparte, un General en Jefe, sin juicio previo, condenaba a un joven Capitán, que, a su criterio, había desobedecido una orden, la cual era  avanzar con su batallón,
sobre un pueblucho de las cercanías, donde se ocultarían en las precarias casas, soldados del ejército enemigo, y en caso de oponerse, ejecutar a los pobladores,  por ser cómplices
  al no entregarlos.
El capitán se apellidaba García Sergio, hombre decidido y de gran corazón, había nacido en Potrero de los Funes, (San Luis), con familia numerosa, hijos pequeños,
acuciado por razones económicas de los pobres de ese tiempo, había ingresado al ejército, no por vocación, sino por la situación y la necesidad de un sueldo digno.
Así fue, que tomando parte en varias batallas, fue demostrando su coraje y decisión, obteniendo varios ascensos de jerarquías, pero más que eso se había ganado la
admiración y el respeto de todos sus compañeros.
Era temprano ese día, después de la noche que siguió a la batalla, recién clareaba, todavía se oían  los gemidos de infinidad de heridos que convalecían.
Un viejo clarín .mellado por el combate, con sonido ronco, llamó a reunión, el General mandó traer el prisionero, y seguidamente hizo formar el batallón que llevaría a cabo
el fusilamiento.
El silencio, con caras tensas y muy serias, ganaba al pelotón de hombres, curtidos hasta las entrañas, por los enfrentamientos que cada uno llevaba en su persona, sus rotas
vestimentas, casi harapos, mostraba el furor y el coraje con que cada uno había luchado.
El General caminó hacia el acusado, y con su misma daga cortó las insignias de Capitán de la charretera y la cuerda que unía las manos del bravo joven García, el que a pesar
de su situación se mostró gallardo y altivo.
Observándolo detenidamente, sus ojos destellaban indignación y desprecio, como queriendo intimidarlo, sin embargo García, mantuvo su vista alta, su cuerpo firme y su
pecho erguido.
Lo interpeló de esta forma. ”Por haber desobedecido una orden, emanada de su jefe inmediato superior y no habiendo usted procedido en forma correcta, permitiendo con ese acto que
el enemigo se diera a la fuga, no procediendo a detener y matar a quienes se interponían en esta lucha, donde los contrarios  no piden ni dan cuartel, deshonrando al ejército,
a la bandera y a la patria misma….
Se  lo juzga por desertor y traidor a la causa, sentenciándoselo a MORIR POR FUSILAMIENTO.
Las palabras del General, tronaron por la serranía, el viento arrastró el eco, con temor y lo golpeó contra los macachines, azuzando a pájaros y aves que
se encontraban al paso.
Hubo un instante, silencio de expectación, reflexivos pensamientos y preguntas sin respuestas en las mentes de todos los reunidos en ese acto.
E l  General volvió hablar.

¿TIENE ALGO QUE  DECIR?

Cien ojos, cien preguntas, se clavaron en el prisionero.
Era como si en ese preciso momento, éste, mencionara algo, que justificara su accionar; es más, sus propios compañeros no podían creer, o haber pensado, tan siquiera una vez,
tal actitud de García.
Estos no podían concebir en sus mentes, que cómo propios compañeros de tantas batallas, en las que habían compartido, hambre, dolor, sangre, coraje y vida, hoy estarían fusilando
a este hombre, precisamente éste, que siempre los había sorprendido por su correcta y noble actitud en cada acción y en cada momento.
Después de un minuto, que pareció un siglo, la voz segura  y muy profunda tal vez extraída de los confines del pensamiento, donde el recuerdo de su padres, se hizo sentido, desde el
mismo lugar donde extrajo el juramento que realizó a su bandera, a la tierra que nutrió su ser, henchido el pecho, como si quisiera desprender con él, los botones de la chaqueta,
la misma que luciera en cien batallas, defendiendo  a su patria dijo:
En esas casuchas de adobe, donde se amontonan dolores de los más desprotegidos, donde no existe un pan, ni siquiera figurado, donde colma la angustia y la pobreza, donde niños
huérfanos, con sus madres muertas por los enfrentamientos inútiles entre hermanos de sangre, donde hay abuelos que mueren desnutridos y miseria por doquier, donde el General,
general no sé de qué, quiere que secuestre armas y cargue a degüello, produciendo más muertes  que no tienen sentido. Proceda nomás...Si voy a morir en nombre de esa gente,
no habrá nunca un honor mas hermoso y mayor.

Todo quedó en silencio.
El General gritó……PREPAREN………

Antes de la última orden, un soldado, que no formaba parte del batallón, pero que había seguido atento paso a paso la escena, les gritó a sus compañeros.
¡¿Recuerdan, recuerdan El Talar?!
Era noche oscura, nos cercaron en la emboscada, casi todos perdemos la vida, salimos unos pocos, gracias a que…….A que el capitán García,
llegó y de a caballo, solo, a sable limpio enfrentó casi una tropa entera y pudimos salvarnos.
¡Pregunto entonces¡ ¡¿NO SERIA NOBLEZA PAGAR AHORA LA DEUDA?!

La voz del soldado, corrió como reguero de pólvora, por las vidas de aquellos hombres, fuertes y rudos.
Cada uno de ellos era una persona de gran disciplina, incapaz de desobedecer una orden; estaban entrenados para ello, pero más allá de eso, en sus corazones, latía sangre
gaucha y criolla, la bandera color cielo estaba en sus pechos y en sus retinas. El calor de sus esposas y madres esperando sus regresos, iba prendido en las propias
vidas y en cada fibra de su ser, había una palabra inconfundible, como la propia sangre y era…PATRIA.
Patria, madre de madres, esencia de esencias, causa noble y generadora de esperanza, de la cual estaban seguros que éste era el único motivo, que los había 
llevado a la lucha.

El  General repitió la orden…..APUNTEN……….FUEGOOOO.

El humo de las tercerolas, cubrió el sol de la mañana, se mezcló con las nubes blancas y celestes del cielo patrio, el viento lo fue llevando lejos
como señal de adiós.
El olor a pólvora quizás esta vez trajo felicidad, por no haber llevado una muerte, lo cual que era su propósito. Era que ese día no tenía que morir nadie,
ya que nadie muere, cuando se le apunta solo al cielo.
                                                                          
                                                                                       
                                                                                
                                                                                      2/4/2010

 

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