Volver

 

 


 

 

 

Ave sin Nido

 

Autor: José Octavio Huachani Sánchez (Perú)

 

 

-Hola, he venido a pedirte disculpas. A solicitar tu perdón. De veras siento lo sucedido. Sé que todo fue
por mi culpa.
Te pido, te ruego, me perdones, estoy tan arrepentida, no sabes-.
Voz trémula, mirada triste, ojos tumefactos, lúgubres como la noche; paloma herida.
-Por favor no cierres la puerta, déjame explicarte, te lo suplico, permíteme hablar contigo aunque sea un
instante-.
Actitud suplicante, una mano aferrada a la puerta, la otra asida a su trajinada maleta,
avecilla sin alas, sin plumaje, sin colores, sin abrigo; ruiseñor sin canto.
-Te juro que esta vez he venido para quedarme, créeme por favor, es cierto lo que digo,
además es tarde noche y no tengo donde ir-.
Ave sin nido, ojos húmedos, labios secos; paloma desfalleciente.
-Dame una última oportunidad, sabes que cualquiera puede equivocarse alguna vez...bueno,
cuatro veces, además era muy joven e inexperta, entiende-.
Tratando de justificarse, volteando, observando los ojos de reproche de los vecinos que asomaban;
mirándolo, rozando su mano, atisbando urgida dentro de la casa.
-Hazlo por nuestros hijos, sobre todo por nuestra pequeña, tú sabes que ella me necesita.
Extorsionando, convenciendo, olvidando
que ella levantó vuelo y los abandonó varias veces por irse con nuevos, jóvenes amores.

-Gracias, ahora si te prometo que... Está bien me callo, gracias por permitirme entrar...
Sí, no te preocupes, aquí espero-.
Respirando tranquila. Sentándose. Empezando a hurgar con la mirada. La sala, el comedor.
Todo estaba igual que cuando se fue.
Inclinándose para observar la cocina, sonriendo: no había huella de otra mujer.
Ahora mirando nerviosa, ansiosa, hacia el dormitorio de
sus hijos, preguntándose -¿por qué demoran tanto?-, impaciente, cada minuto se le hace eterno,
moviéndose, deseando encender otra
lámpara para iluminar mejor la sala, conteniéndose, deteniéndose, -después de todo no es mi casa,
hablando quedito, ojalá que mis
niños quieran verme-, entrelaza sus manos a la altura del pecho, cierra los ojos y ruega silente
mientras enjuga dos salobres lágrimas
huyen de sus ojos hasta humedecer las comisuras de sus temblorosos, rugosos labios.

De pronto el silencio es interrumpido por auténticas alegrías de espontáneas, vivaces y cálidas voces
infantiles de dos niños que corren,
que gritan incontrolables, dejando desasidas las manos paternas y se dirigen ansiosos, codiciosos,
hacia los brazos maternos que
los esperan extendidos; mientras que padre e hija, tomados de la mano, permanecen detenidos como
si el tiempo se hubiera suspendido,
como deseando que no se hubieran gastado sus vidas, como pidiendo que esta vez el regreso
sea para siempre.

-Hija ven por favor, siéntate aquí junto a tus hermanos-, invitándola y levantándose para agradecer,
abrazar y besar la mejilla de su esposo.
Luego con delicadeza toma de la cintura a su grácil hija y la sienta sobre una de sus rodillas,
acomoda su vestido blanco de mangas largas
así como el listón que lleva en su cabello: -a ver un besito para mamá-, le pide ansiosa.

Y en medio de aquel oscuro y silencioso cuarto dos pequeños brazos empiezan a alzar vuelo como
palomas níveas para terminar posándose
sobre los hombros de la confundida y díscola mujer que cae rendida a las caricias de su adorada hija.
Luego la niña se desprende del seno
materno y llama a sus hermanos a reunirse con su padre y confundirse y agradecerle en un abrazo
que los estremece. Nadie habla.
Luego se dirigen y se abrazan con su madre. Entonces desbordan los sentimientos guardados,
las querencias y las caricias
acumuladas y compactan sus cuerpos que temen, que no desean, separarse. Que expresan cinco anhelos
de detener el tiempo
con sus manos para que el mundo no gire ni en sentido contrario. Ella ya no llora, ahora sonríe.
-Los necesito-,
les dice, -¿Por cuánto tiempo-, la voz de la niña, que responde, que pregunta, que incomoda.
Otra vez el silencio.
Y otra vez el padre que salva la situación: -Es mejor ir a dormir, vamos es tarde, ustedes en su cuarto,
su mamá en mi dormitorio y yo en la sala-. Ambos se despiden de los niños que no les responden,
que sólo los miran como si no terminaran
de convencerse, como si fuera un sueño, como pidiendo no volver a vivir otra pesadilla.
Antes de que duerman, él piensa:
Sigue siendo bonita; ella: Se está poniendo viejo.

Desde la mañana siguiente los niños y el padre se esforzaron para que los días posteriores se
parecieran a “los de antes” y la madre
no se sintiera una extraña. Y para ello volvieron a la rutina de antes. Todas las mañanas
mientras hija y madre preparaban
el desayuno los varoncitos arreglaban su cuarto y acomodaban sus cosas antes de partir al colegio.
Los niños trataban de no
abrumar a su madre con las tareas de la casa. Era, además, una rutina aprendida porque desde su última partida asumieron que
debían aprender a atenderse ellos mismos. Por eso aprendieron distribuir sus tiempos para ayudar a cocinar, lavar, planchar su ropa y limpiar la casa, además de hacer sus tareas escolares.
Por su parte el padre se levantaba muy de madrugada para cocinar
y dejar el almuerzo listo antes de irse a trabajar. Así, cuando llegaban del colegio
solo tenían que ponerlo al microondas.

Poco a poco los días, las semanas, los meses, fueron pareciéndose a los de antes.
Ella se quedaba en casa mientras su esposo
e hijos partían a sus labores. Los fines de semana salían de compras al mercado
y por la noche a algún cine. Y como antes, poco
a poco se sintió abrumada, aburrida por la rutina y la ausencia de emociones y sorpresas
sórdidas de la vida frívola, efímera y vana.
Hasta sintió que esa vida no era su vida. Entonces, como antes, una mañana tomó
su desgastada maleta y emprendió,
cual ave sin nido, otro siniestro viaje de ida y vuelta a ningún sitio.


Volver

 

JOSÉ OCTAVIO HUACHANI SANCHEZ, periodista y escritor peruano. Es quizás uno de los pocos autores en el mundo que, a través de sus Crónicas Urbanas, aborda una serie de sucesos que ocurren exclusivamente en el mundo de los adultos mayores. Sus obras, aunque han sido
han sido escritas para la lectura de las personas que se acercan o han pasado el rubicón de las seis décadas, también han logrado impactar
a jóvenes y adultos maduros quienes luego de leer algunas de ellas, han empezado a mirar desde otra perspectiva a sus mayores.
Actualmente se encuentra escribiendo “Negreiros: El Valor de Un Hombre”, novela de corte político/histórico que narra las vicisitudes
de Luis Negreiros Vega, un líder sindical que murió defendiendo sus ideales y de quienes se encuentran detrás de su historia: su esposa
Juana Criado y sus tres hijos, Luis, Magdalena y Manuel. Negreiros fue emboscado y acribillado un 23 de marzo de 1950, durante el gobierno de Manuel Odría. El 21 de junio de 2008, se cumple un centenario de su nacimiento, fecha prevista para la publicación del libro.
Para contactarse con él, pueden hacerlo a través de nuestro Libro de Visitas, o escribiendo a: huachanioctavio@yahoo.es
Telefono 9502 7446 – Lima, Perú
(
Crónicas Urbanas)

 

Volver