BUENAS NOTICIAS, MALAS
NOTICIAS. Autor: Iván Aarón |
Sergio Ivan Peña Jimenez |
Todos sabemos que las buenas noticias son malas
noticias. Aún así quiero contarles que ayer tomé un bus
para ir desde Belloto
a Valparaíso. Me senté en uno de los asientos al lado del chofer,
un hombre de pelo entrecano, moreno, de unos cuarenta años.
Vestía camisa y corbata. Encima una bufanda de color azul. Llevaba sintonizada
una emisora que transmite música de los años sesenta.
Al parecer, la radio tenía una perilla suelta, porque el volumen se subía
y se bajaba cuando menos se pensaba.
Al llegar a un paradero
el chofer miró hacia la izquierda y, a pesar de tener luz verde al frente,
no continuó la marcha.
Miré hacia allá y vi a un hombre
de unos cincuenta años que empujaba una silla de ruedas con un niño
de unos doce años que sufría de algún tipo de daño
cerebral.
El pequeño miraba hacia su derecha, hacia su madre y su hermana que caminaban
en procura de la vereda y algo les decía.
El chofer les hizo una seña como consultando si iban a tomar el bus y
abrió la puerta trasera. Como tenía a mi alcance el espejo
retrovisor derecho vi cuando la señora y su hija subieron al bus. Luego
el padre tomó al niño discapacitado y se los pasó hacia
arriba.
Entonces plegó la silla de ruedas y, junto con ella, abordó el
bus. El chofer cerró la puerta de atrás, esperó a que de
nuevo el semáforo
le permitiera continuar el viaje y, una vez que apareció la luz verde,
seguimos. No habíamos avanzado una cuadra cuando una niña
de unos quince años llegó al lado del chofer.
— Cuatro. — Dijo y le pasó dos billetes de mil pesos y unas
monedas.
— ¿Tú subiste con el muchacho que viene atrás? —
Consultó el chofer sin mirar a la chica.
— Sí.
Sin decir palabra el chofer cortó cuatro boletos y se los pasó.
Luego tomó el dinero, le devolvió uno de los billetes de mil y,
además, le entregó algunas monedas.
— Pagan dos nomás. — Dijo el chofer sin apartar la mirada
de la carretera.
— Ya. Gracias. — Dijo la chica y se fue hacia atrás, donde
estaba su familia.
Yo sentí un estremecimiento. Miré al chofer y le dije:
— Te acabas de ganar un asiento.
Sin mirarme dijo:
— ¿Dónde?
Yo no pude contestar porque tenía un nudo en la garganta.
Entonces hice una señal hacia arriba con el dedo índice.
Al no oírme hablar el chofer me miró.
— Allá arriba. — Le dije con un hilo de voz.
— Hay que hacer mucho más que esto para ganárselo. —
Dijo con la humildad que sólo los grandes hombres tienen.
Seguimos viaje.
¡Qué buena noticia! Un hombre que hace una obra de bien en el más
oscuro de los anonimatos.
No quise preguntarle su nombre, ni tomé el número de la máquina
que conducía, ni siquiera sé a qué
empresa pertenece, ni conozco qué recorrido hacía en esos momentos.
Solamente sé que fui testigo de una buena noticia que, como toda buena
noticia, no le interesa a nadie.
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