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Autor: José Octavio Huachani Sánchez (Perú)


 

Como siempre -¿desde hace dos, cinco, diez meses?-, aquel domingo él ocupó la silla que había ubicado en el portal de su casa. Desde
ahí saludaba con especial cortesía a quienes transitaban por su vereda.
A un lado, en una pequeña mesa, envueltas en fino papel crepé,
lucían una docena de rosas rojas que obsequiaba a las primeras doce damas que saludaba. En otra mesita, muy cerca a él, pero lejos
de miradas ajenas, estaba un teléfono que de soslayo miraba a cada instante.
No lo admitía pero, como siempre, se encontraba a la espera
de una llamada que nunca llegaba pero que él tampoco hacía. “Ahora le toca a ella” se justificaba.

Aquel día le parecía perfecto.
Él vestía de terno blanco, camisa del mismo color y corbata roja oscura. Su bronceado rostro mostraba esa
permanente sonrisa que le permitía exhibir su bien cuidada dentadura.
Toda la mañana leía los diarios y escuchaba música ligera por radio.
Por las tardes se enfrascaba en la lectura de libros: novelas y cuentos de preferencia. Siempre estaba a la caza de palabras nuevas que luego
incluiría en los poemas que por decenas llevaba guardados para cuando, acaso, se diera el ansiado reencuentro.
Al caer la tarde la nostalgia inevitablemente lo devolvía a sus recuerdos y entonces, mientras canturreaba aquellos boleros que
su memoria se negaba a olvidar, su rostro esbozaba la mitad de una sonrisa que se interrumpía cuando notaba que no solo atardecía
el día sino también su vida.

Desde esos momentos sus ojos empezaban a reflejar una añoranza que le era imposible negar.
Al caer la noche, con evidente desgano
liaba sus pequeños bártulos y, como siempre, se alojaba otra vez en su soledad, en esa oquedad otoñal donde noche tras noche sumergía
su vida. Antes de acostarse ordenaba sus cosas y aseguraba puertas y ventanas.
Pero como siempre, al cerrar las cortinas de su dormitorio,
atisbaba calle arriba. Por la ansiedad y avidez que evidenciaba daba la impresión que estaba buscando alguna felicidad extraviada,
alguna ilusión perdida. E inevitablemente, sin desearlo -o deseándolo- pensaba en ella, en aquellos momentos que disfrutaron juntos,
del tiempo cuando la amó tanto y también, como no, en lo que le diría, en lo que le haría, si acaso volvieran a encontrarse.
Pero al recordar los ingratos momentos del último reencuentro, poco a poco sus ánimos fueron congelándose.
Entonces solo atinó a mover la cabeza a los lados y abandonar aquella idea que a estas alturas del día, de su vida, consideraba descabellada.
Quizás ya sea tarde para soñar, murmuró antes de cerrar los ojos.

No lejos, y como siempre muy de mañana, Ella asomaba a la puerta de su casa. Radiante, esplendorosa como una diosa, así se sentía
cada día y mejor aquel día. Mientras regaba las flores de su pequeño jardín respondía con singular amabilidad a los vecinos y transeúntes
que la saludaban. Empero cuando pasaba alguna damisela portando una rosa en la mano sonreía con ironía sin poder disimular la
incomodidad que la embargaba. Luego de terminar su faena jardineril, provista de discos, revistas y una libreta de apuntes se acomodaba
en la mecedora colocada en un recodo del zaguán de su casa.
Dentro de una canastilla, muy cerca a ella, como siempre, se encontraba un
teléfono que constantemente miraba y que a veces sus finos y largos dedos rozaban pero que nunca se animaban a digitar.
Aunque aparentemente lucía feliz e inmune a las penas, lo cierto es que ya estaba cansada de pasar sus días -¿semanas, meses, años?-
sola, y también hastiada de dar vueltas en su fría y solitaria cama. Pero aún así, se negaba a llamarlo. “No quiero dar la impresión que
claudico”, aducía con soberbia.

Aquel domingo, que esperaba fuera especial, ella lucía un elegante traje de gasa rosada y sombrero rojo de alas anchas que resaltaban
la nívea tez de su rostro y el carmín de sus labios. Sus grandes ojos estaban coronados por onduladas pestañas que semejaban el vuelo de las golondrinas. Cierto, estaba hermosa. Por ello no resultaba extraño que a sus 55 años aún atrajera las miradas de muchos caballeros.

Sin embargo, cuando se colocaba sus gafas lectoras asumía aquel aire impersonal, severo, autista, que a lo largo de su vida atemorizó
a muchos hombres que pretendieron acercársele con propósitos serios. A su belleza sumaba una rara habilidad que en algunas ocasiones
la hizo destacar en el mundo de los negocios y sobrevivir en lo personal. Pero en su afán de triunfar no dudó en endurecer sus sentimientos
y ocultar sus afectos con el fin de no mostrarse vulnerable.
No obstante, de manera muy discreta pero nihilista, solía refugiarse en amores
de ocasión con varones sin identidad y en romances de una sola noche que no dejaron rastro alguno. Empero solo un hombre logró dejar
huella en ella. Solo a él llegó a amar hasta el desquicio.
Aquel hombre, lo recordaba, tenía la virtud de ser atento, generoso, serio, amoroso,
juguetón y respetuoso a la vez. ¿Cómo podría olvidarlo? Entonces, ganada por los recuerdos, entrecerró los ojos y en su semblante dibujó
una tenue sonrisa al evocar su voz susurrándole mientras unían cada centímetro de sus pieles.
Aún, cuando percibió que aquellos recuerdos se hacían más intensos, reaccionó con fiereza, cerró los puños y sé erguió con violencia:
“Eso ya es historia” dijo con firmeza
a la vez que iba endureciendo las facciones de su rostro. Luego, tomó sus cosas y decidida, se dispuso a abandonar la calle
,el zaguán y hasta los recuerdos. Pero antes de ingresar a su casa giró la cabeza y miró calle abajo.



Se conocieron ocho años atrás.
En esos momentos ella pasaba por serios problemas financieros y él vivía una crisis familiar.

El negocio de ella estaba al borde la quiebra y el hogar de él acababa de ser abandonado por su segunda y joven esposa.
A ella ninguna entidad bancaria le aceptaba hipotecar su vieja casa y él se encontraba buscando un departamento en alquiler
y de una persona que cuidara de sus hijos mientras trabajaba. Aún cuando la mayoría de Bancos y financieras habían rechazado
su solicitud, ella, tozuda y tesonera, continuaba en la búsqueda de un préstamo.
Él era Decano de la Facultad de Letras de una prestigiosa universidad pública y estaba a punto de jubilarse.
Ella no era de las que se rendían fácilmente, sin embargo
pese a sus argumentos y promesas, lo cierto es que no reunía las garantías necesarias para obtener el préstamo que urgentemente
necesitaba. Él pidió un mes de licencia a la universidad buscar un departamento. Ella para agenciarse algún dinero empezó a
rentar departamentos de su amplia casa y dar pensión. Fue en esas circunstancias -o coincidencias, puede llamarlo como
desee- cuando se conocieron.
Ella le alquiló un departamento en el tercer piso y se ofreció a cuidar a los pequeños a cambio de un
pago mensual y de un préstamo y él aceptó gustoso. Así fueron frecuentándose, conociéndose, mirándose, tratando de adivinar
los secretos que cada uno guardaba bajo la piel.
En poco tiempo la amistad fue cediendo terreno al romance y desde entonces
vivieron momentos muy intensos. Intensos pero furtivos. Pasiones que evidenciaban en la clandestinidad de un hotel pero
ocultaban ante la sociedad. Porque ella, a su solicitud, continuaba residiendo en el segundo piso y él seguía habitando un piso
más arriba pagándole la renta por el departamento y por atender a sus hijos y, además, haciéndolo préstamos que nunca devolvía.
Así poco a poco su pequeño Bazar se convirtió una Boutique exclusiva en venta de ropa fina. Hasta que él le pidió formalizar la relación.
Además le dijo que deseaba invertir el dinero de su jubilación en su negocio pero para ello tendría que mudarse donde ella pues ese
dinero lo tenía destinado para la compra de una casa.
Entonces le mostró su lado inédito: de manera inaudita reaccionó como fiera herida y lo acusó de intentar apropiarse de su negocio
y de su casa. Ese fue el comienzo del fin. A los pocos días él se mudó,
se compró una casa y dejó de frecuentarla, aunque, hay que decirlo, nunca dejó de extrañarla, de pensar en ella, en las cosas
que hicieron. Por eso cuando ella lo llamó por teléfono y le pidió encontrarse pues deseaba pedirle disculpas personalmente
no dudó un instante en aceptar. Fue ese el primer reencuentro de muchos otros que luego solo dejaron recuerdos
olvidables y heridas por restañar.

Aunque ella y él vivían a tan solo una calle de distancia, actuaban como si cada uno habitara al otro lado del planeta.
Se comportaban, sin noción para entender que es tan difícil volverse a enamorar, sobre todo a esa edad.
Sólo se conformaban con, cada noche, leer sus cartas, mirar sus fotos y esperar una llamada telefónica.

Como decíamos, aquel domingo fue un día para el olvido. Una ocasión desperdiciada. Un aniversario sin promesas, ni besos.
Una noche de no volver a ocupar el lecho donde antes compartieron sueños. De no beber en los vasos que aún conservaban
sus huellas. De mostrarse, de confesarse. De amarse tanto y no decirlo.

Sin admitirlo, la soberbia y el orgullo estaban escribiendo otra historia. Una historia que como otras, quedaría
en el olvido aún cuando en cada página habían escrito la palabra volver.


Octavio Huachani Sánchez

 

OCTAVIO HUACHANI SANCHEZ, periodista y escritor peruano. Es quizás uno de los pocos autores en el mundo que, a través de sus Crónicas Urbanas, aborda una serie de sucesos que ocurren exclusivamente en el mundo de los adultos mayores. Sus obras, aunque han sido han sido escritas para la lectura de las personas que se acercan o han pasado el rubicón de las seis décadas, también han logrado impactar a jóvenes y adultos maduros quienes luego de leer algunas de ellas, han empezado a mirar desde otra perspectiva a sus mayores. Actualmente se encuentra escribiendo “Negreiros: El Valor de Un Hombre”, novela de corte político/histórico que narra las vicisitudes de Luis Negreiros Vega, un líder sindical que murió defendiendo sus ideales y de quienes se encuentran detrás de su historia: su esposa Juana Criado y sus tres hijos, Luis, Magdalena y Manuel. Negreiros fue emboscado y acribillado un 23 de marzo de 1950, durante el gobierno de Manuel Odría. El 21 de junio de 2008, se cumple un centenario de su nacimiento, fecha prevista para la publicación del libro.
Para contactarse con él, pueden hacerlo a través de nuestro Libro de Visitas, o escribiendo a: huachanioctavio@yahoo.es. Telefono 9502 7446 – Lima, Perú
(
Crónicas Urbanas)


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