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Un suspiro, con Delfina Acosta (Paraguay)

 

 

EL LÍMITE

Siempre que iba a la farmacia para comprar apósitos, aspirinas, violeta de genciana y aquellas medicinas menores con las que mantenía surtido mi botiquín, me solía hacer
acompañar por Ogro; era  dueño de un olfato mayúsculo.
Aquel día que comenzó a las nueve de la mañana, el  tránsito estaba endemoniado. Lo noté al sacar la cara.
Ante  aquella impaciencia de los autos por llevarse adelante los segundos que faltaban antes de que la luz de los semáforos cambiara de amarillo  a rojo, decidí no llevar al animal.
No fuera que tuviera que llorar su muerte, no fuera  que el tiempo me transformara en una de esas mujeres de pelo mal teñido y peor peinado
   con la memoria de
  su perro en cualquier suspenso de una charla de señoras: “Ay, él sabía la hora en  que los niños del colegio comunal se desbandaban en la calle, porque sacudía el portón de hierro con las patas y  en vez de ladrar hacía una suerte de bocina con  su boca. ¿Arte? Tal vez simple comedia. No lo sé.”
O: “Adivinaba  el menú, carne roja a la parrilla o una presa de paleta de marrano,  en mis ganas y en movimientos. Ningún marido se hubiera alegrado tanto como él, que empezaba a mover la cola;  derecha, izquierda, derecha, izquierda, ah.... picarón...”

El farmacéutico, un hombre de ojeras profundas y permanente  olor a alcanfor, hablaba por teléfono cuando llegué a su negocio poblado por vitrinas.
- ¿Aún no se lo encontró? Cierto es que la gente desaparece y aparece después de tres  días..., pero... - lo escuché decir. Tenía la preocupación colgada del rostro.
Colgó el teléfono y se acercó a mí comentando: “Es el primer caso.”
- Pero es seguro que aparecerá - contesté sin saber de qué se trataba el asunto.  
Usted sabe: la gente de la ciudad es así; uno apenas espera que termine de hablar el otro, para decir ya lo suyo; estamos  apremiados por el afán de cerrar el habla a los demás con la primera estupidez  que nos pica la cabeza. Y vamos de ¿me entendiste? a ¿qué decís?, de “no comprendo” a “no me estás oyendo” y cuanto más comentamos menos nos escuchamos y, por supuesto, menos nos entendemos; total que nadie escucha a nadie  pero eso tampoco nos importa porque  ya no podemos obrar de otra manera;  el vértigo, una incomprensión  animal se ha instalado en nuestras existencias. Ya no somos ciudad.

Cuando regresaba para la casa, vi  un grupo de seis hombres; conversaban  nerviosamente frente a un bar pintado con un color azul marino. Tres  fumaban y los tres restantes no hacían caso del humo de los cigarrillos que sacaban lágrimas de sus ojos.
Me acerqué a los hombres  haciendo como que intentaba ponerme a resguardo del  viento sur.
-No, señores. Cándido ya debería haber regresado. Son más de las diez de la mañana - dijo el hombre de cuello largo, camisa arrugada  y un sombrero panameño  que le echaba una condición nocturna  sobre el rostro. Se  notaba el trato especial que ponía en sus palabras; aquella gente angustiada  por la tardanza de Cándido buscaba el favor de la inteligencia para resolver el caso.

Yo sé de individuos que desaparecieron y volvieron a aparecer. Me estoy refiriendo a personas que dejaron el aseo de su casa, el plato de  escarolas, de apios y de plantas oleaginosas, y la esposa de rostro  sonrosado y de buenos modales, para ir tras las pisadas  de aquellas mujeres fáciles  de la brumosa zona portuaria; cuando ellas se sacaban la ropa frente al espejo de luna del ropero, era como si se desprendieran de todas sus alas de aves, hasta que sólo quedaba de sus figuras  el pico largo y rojizo; picoteaban durante horas,  días, semanas y meses el cuerpo purpurino  de sus amantes, de aquellos maridos ajenos entonces perdidos.  Demonios. Esas mujeres se alimentaban de sus bocas mientras hacían el amor. Y bueno..., cuando el vientre les crecía y sus senos se agrandaban goteando leche, se convertían en pájaros de torpe andar;  caminaban pesadamente  por la habitación, y su voz huraña sonaba, al caer la última claridad  del crepúsculo, como graznidos de cuervos.
Los hombres, desesperados, horrorizados ante aquella situación que les causaba lástima y repulsión al mismo tiempo,   retornaban tristes y desilusionados  a sus casas. A sus esposas.
El grupo seguía charlando. Mencionaron  varias veces la palabra  límite.
Aquí debo hacer un aclaración en relación  al límite: Hay una casa abandonada, pintada con color sepia, a donde vienen, cuando la lluvia es grande, buscando sitio para que sus fósforos no se apaguen, los mendigos. A diez metros de ella, aún se animan algunos  niños a intentar una rayuela, una cola de cerdo, y algún juego propio de la perversidad de los pequeños.
  Una niña albina  suele   marcar con tiza la figura del sol en el empedrado, que la lluvia pronto borra, hasta que ella vuelve a despejarlo usando crayolas de siete colores para pintar  el arco iris.
Ahí termina la ciudad.
Y empieza el bosque.
En fin, los hombres de la ciudad  formaron una cuadrilla.

- No queda más remedio que ir a buscarlo - dijo uno, que parecía hincar con el fuego de su cigarrillo el ánimo de los otros.
Y ellos se internaron en el sitio poblado de existencias ajenas. El viento cambió de dirección y un olor a comadrejas, a hojarasca de árboles de las más diversas especies, giró en el aire y dio un chillido de advertencia.
Los curiosos  de la ciudad se quedaron en el límite, de cara a la oscuridad. Fumaban.
Pasaron tres días y tres noches.
La cuadrilla regresó cansada. Sólo  pudieron encontrar el cuerpo de Cándido convertido en carne corrompida sobre un matorral; en sus cavidades parecían haber hecho nido las aves de carroña; algunas bestezuelas peleaban ferozmente por las vísceras. Eso fue lo que contaron.
Pero trajeron, colgado de un grueso alambre, el cuerpo todavía sangrante del lobo feroz abatido por los disparos de las escopetas. Eso sí.


AQUELLA QUE TE AMÓ

Palomas de repente en mis mejillas.
Un sacudir de alas si regresas,
amante, a mi presencia y me perdonas
y arrancas de mi amor la sola queja.
Me juras por tus muertos, yo te juro
por Dios que a los demonios atormenta.
Y en brasas se convierten las palabras.
En pájaros sangrientos que pelean
por las migajas de las hostias últimas.
Ámame hombre en esta noche negra.
Mi historia es ésta: un lecho solitario,
un despertarme atada siempre a hiedras
y una almohada llena de tu rostro.
Mi vida toda es sólo sueño, niebla.
Mas llegas y mi voz ya no es cautiva.
Y aquella que te amó se me asemeja.

 

 

Estalactítico


Y cómo cuesta no ponerme triste
en esta tarde abierta al viento norte,
no replegar mis alas y sumirme
en las suaves olas de mi lecho.
Entonces, ya acostada, hacer memoria
de algún afortunado parpadeo,
mi calculada prohibición, mi airosa
tristeza alimentada con argento.
Y cómo cuesta no volver el rostro
en dirección al fresco de violetas,
y preguntarme en dónde he malogrado
los últimos temblores de mi sangre.
Hubiera sido justo que en la hora
exacta del hechizo, cuando terso
aún tenía el rostro que tú amabas,
me hubiera vuelto yeso en la intemperie.

 

LA GACELA ENAMORADA 

A mi cazador

Soy la gacela enamorada ¡Dios!
de mi nocturno cazador que viene
al bosque con las ansias de mis astas,
mis ancas, mis rodillas y mis hombros.
Si están los cielos vistos, si los astros
asoman su hermosura de universo,
si el cierzo va soltando ya a las aves
y mi nocturno cazador no llega, 
los ojos se me vuelven aguas mustias.
Yo advierto aquella fuerza de su lanza,
su afán sin pausa alguna de mi carne,
su prisa por volcarme sobre el suelo,
por malherir mi vientre y voy a prisa
a aquel encuentro con mi propia suerte.
Me ofrezco a su lanzazo. Yo le pido 
que me abra entera a la caliente muerte.

"Otoñal" Pintura en acrílico de Graciela María Casartelli- 30 x 40 cm

 

 

 

 

Amor de enero

Ya son las altas horas de la noche.
Un pájaro espectral el vuelo alza.
Se hunden sus graznidos como piedras
en las heladas aguas de mi alma.
Al monte me llevaba algunas tardes
mi amante, y tras su sombra aleteaba.
¡Los besos como llaves diferentes
para mi amor de enero y rosas blancas!
Después aquel aliento de desdicha
o el odio en su guarida de palabras.
Ahora esta afición de no vivir,
de ir a mi entierro y ser las dos campanas
tocando en el oído de las flores
que caen como plumas de las ramas.

Soy luna enamorada que obedece
al lobo que le aúlla en ambas caras.


Nació en Asunción ( 1956 ), pero su infancia y su juventud pertenecen a Villeta, donde cursó sus estudios primarios y secundarios.

Su libro de cuentos "Guía de cementerio", que lleva el sello editorial de "Servilibro" apareció en 2009. El texto recrea en algunos relatos su despreocupada y feliz niñez transcurrida en Villeta del Guarnipitán

Sus obras (cuentos y poesías ) están incluidas dentro de numerosas antologías nacionales y extranjeras.

En el año 2007 publicó un libro de poemas que lleva el título de "Versos de amor y de locura".Obtuvo el Primer Premio ‘Amigos del Arte‘. En relación con este libro cabe mencionar que el mismo figura entre las obras más consultadas de la Biblioteca Virtual de Cervantes.

Integró durante mucho tiempo el Taller de Poesía ‘Manuel Ortiz Guerrero‘ y dio a conocer algunas obras poéticas en publicaciones colectivas del citado Taller.

Publicó el poemario "La cruz del colibrí", que lleva prólogo de la poetisa Gladys Carmagnola.

Reunió sus cuentos que obtuvieron premios y menciones en concursos literarios en el libro "Romancero de mi pueblo"que lleva prólogo del crítico y poeta Hugo Rodríguez- Alcalá.

"El viaje" ganó el segundo premio ‘Federico García Lorca`.

Dio a conocer un poemario llamado "Versos esenciales", dedicado íntegramente a honrar la memoria del gran poeta chileno Pablo Neruda. Fue presentado al público paraguayo en 2001, en la embajada de Chile en Paraguay. Varios ejemplares del poemario se encuentran en exposición permanente en la casa museo Isla Negra. El PEN, Club del Paraguay otorgó al libro el Primer Premio destacando su elevado vuelo lírico y su lenguaje universal.

Su libro, que editó Portal de Poesía, lleva el nombre de Querido mío: y es best sellers en Asunción. El mismo ha recibido el premio ‘Roque Gaona 2004‘.

 

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