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El eclipse

 

Hemos compartido muchas cosas,
tanto tiempo.

Tanto hablamos y discutimos.
Tanto nos hemos querido.

Nuestra cita prolongada, desde la mañana, a la noche.
Todos los días.
Desde siempre.

. . .

Comenzaba una mañana de verano,
como una promesa cálida de vida incipiente...
cuando se inició el eclipse sin final.
Desde entonces.

Algunos románticos balcones con claveles rojos,
sin luz, enmohecieron.
Un mantillo frío y húmedo sobre las losetas grises,
en las aceras solitarias.

Animalillos domésticos, primeramente asustados,
se diezmaron de a poco,
víctimas de los males de las sombras.

Toda vida palideció; se hizo anémica hasta extinguirse.

Bultos se encimaron unos con otros

La visión de lo inerte erigido entre planos oscuros.

Sólo un viento helado y sonoro,
hasta la nieve cubriéndolo todo.

Compartimos tantas cosas
en este glacial del presente.

Bajo esta capa blanca quedaron tus huellas y mis huellas,
las marcas de vida de los que quise y los que me quisieron.

Entre ellos y mi alma,
entre tú y mi alma,

el eclipse.

Algo inexplicable
sumergido entre la tierra y el cielo.

Dejándose llevar entre copos volando sin sentido,
hacia las estructuras rígidas,
durmiendo hasta el infinito.

Hemos compartido muchas cosas,
tanto tiempo.

Tanto hablamos y discutimos.

Tanto nos hemos querido.


El comienzo del eclipse se delata en nuestra voz debilitada,
que se va extinguiendo.

La nieve ya apagó otras voces,
las que más amé por naturaleza,
ellas están en el barro, con los objetos.


Nuestra cita prolongada desde la mañana a la noche
y esta cita en la ausencia de todo,
que sólo trata de sobrevivir.

Todos los días.

Desde siempre.

Para siempre...


Autor: Graciela María Casartelli.

Argentina.
Todos los derechos de autor reservados.

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