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A una rosa.

 

Nadie se apiadó de tus pétalos marchitos;
tus bordes despedazados, por voraces insectos.

¿Quién percibió tu último perfume…?

Perfume de flor vieja…,
tu preludio de despojo…


Auguré tu hermosura
y me envidiaron.


Cuando te exhibí en mis manos,
eras niña de mañana,
con vestido nuevo...

 

Amé tu color temprano…

Te sentí mía,
creación inspirada.


Percibí tu síntesis natural…

Eran tus colores esas ansias;
la belleza de lo perfecto…


Te vi morir…

Yo te olvidé y tú me olvidaste.

¿Acaso me trasmitiste algo,
de tu singular encanto?

Sino sólo este dolor… y la indiferencia…

La indiferencia de un diálogo,
parcializado e intrascendente…


 

Qué delicado aliento encierra,
esa vida que comienza y termina,
sólo en un día.

Esas cosas que viven
sin ser apenas presentidas…

Misterioso es el nacimiento
y sublime la muerte.

Sublime tu muerte…

Místico…, tu triángulo de sombras.
La proyección de tus cautivos desechos.


El orfebre inspirado,
te ha sepultado en la atmósfera azul,
donde mis ojos te contemplan,
cada vez que pierdo…,
algo que quiero…

La mirada forma tus líneas onduladas;
revivo tu perfume siempre nuevo;
tu conjunto armónico de cálidos reflejos…

Te llamé amor…

Te quise dulce…,
te quise espejo…

Te revivo en mis rosas;
en el bucle blando del capullo ribeteado
en un tono más denso…

 

Te quise dulce…,
pero tú te fuiste…
Marchitaste.
Tus luces blanquecinas.
Te enmoheciste…
y los insectos…
La hora del mediodía.
El viento brutal…

Luego, el tallo quedó solo, con tu corola seca.

No había perfume…
eras tiempo…


 

 

Aquel día de primavera,
tú estuviste conmigo.

Como un secreto, permaneces guardada,
en la atmósfera azul,
en el regazo sublime…
de aquel orfebre misterioso…


Autor: Graciela María Casartelli
Unquillo, Sierras de Córdoba, Argentina.

 

Reservados todos los derechos.

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